martes, 13 de febrero de 2018
Se cumplen 202 años del Informe Belgrano de sus viajes a Brasil e Inglaterra
Informe de Belgrano fechado el 13 de Febrero de 1816, e intitulado: « Relación de mis pasos y ocurrencias de mi viaje al Brasil e Inglaterra, extendida de orden verbal del Excmo. Sr. Superior Director Interino».
A consecuencia del nombramiento del Director D. Gervasio Posadas, que hizo en mí, confiándome instrucciones y otros papeles que debían gobernarme, a la vez que a D. Bernardino Rivadavia, en la Diputación para ante la corte del Brasil y de la España, hice mis diligencias para hallarme pronto a salir de ésta en el momento que se me avisase.
El día 18 de Diciembre de 1814, por la tarde, el Capitán del Puerto, D. Martín Thompson, pasó a mi casa a decirme que el viento era bueno y el buque iba a salir; inmediatamente me reuní a Rivadavia y pasamos a despedirnos del expresado Director; en seguida fuimos a bordo y allí me entregó el nominado Thompson, un pliego rotulado a Rivadavia y a mí; lo abrí y me hallé con un oficio del Sr. Herrera, que incluía otros pliegos con la prevención de abrirse en Londres.
Llegados a Río Janeiro dimos todos los pasos que se nos habían encargado por el Gobierno, de que debe estar instruido por nuestras comunicaciones de oficio y las particulares de Rivadavia dirigida a dicho Sr. Herrera hasta los últimos momentos de nuestra salida.
Esta se verificó el 16 de Marzo y llegamos a Falmouth el 7 de Mayo; desde allí escribí a D. Manuel Sarratea y el 14 entramos en Londres; tuve más conversación con él por hallarme indispuesto y verme precisado a ponerme en cama.
Al día siguiente abrimos el pliego que traíamos y dejo apuntado, y en él halló un oficio para mí, con varios diplomas, en el que se me manda quedar en Londres y obrar todo de acuerdo con Sarratea, y se me decía que mi compañero debía pasar a, Madrid, para quien venía y manifestó que había asuntos de otra importancia y que de ningún modo debía ir alguno a España; que habíamos llegado lo más a propósito que debía ser, según que ya había hablado con Rivadavia la noche anterior.
En seguida nos condujo a casa de los S.S. Hullet Hers y Compañía a entregar nuestras recomendaciones y por un modo improviso hizo que pusiese en manos de aquellos S. S. las letras que llevábamos contra la de Wigmare que goza de altas consideraciones en Londres: yo me resistía, pero Rivadavia me expuso que convenía al honor del país, y al momento depuse mi resistencia que no se llegó a percibir.
Cuando íbamos a la nominada casa, me indicó el proyecta que había entablado y de que había instruido la noche anterior a Rivadavia, para ver si conseguía que el Infante don Francisco de Paula viniese a ésta; que estaba de vuelta de ver a los Reyes Padres y Príncipe de la Paz, el conde de Cabarrús, a quien había escogido para agente de este negocio, y que vendría a hablarnos de la entrevista y conversaciones que había tenido con los expresados personajes, por las cuáles decía Sarratea que todos estaban dispuestos y nos presentó la cosa de modo tan fácil de verificarse, que sólo faltaba que nosotros entrásemos al pensamiento.
Había procurado Rivadavia y yo desde que nos desembarcamos, ya con la noticia de hallarse Napoleón en Francia, que fue el saludo que nos hizo por el primer hombre que entró a bordo en el puerto de Falmouth, saber el estado de Europa, instruirnos del resultado del Congreso de Viena, de las miras de los Soberanos, de la sólida alianza y del estado de la Francia con respecto a Napoleón y aspirábamos llegar a Londres para instruirnos todavía más a fondo de lo que suministraban los papeles públicos, sin embarga que nada callan.
En efecto, nos acercamos a personas que podrían instruirnos y hallamos conformes a todos en que la alianza de los Soberanos era la más extraña que tal vez hablan presentada las siglos; que las miras de todos ellos era sostener la legitimidad, y que no había que pensar en que tuviesen salida las ideas del republicanismo; que además había venido por el orden de los sucesos y experiencias de veinte y cinco años en Francia, a reducirse a la de monarquía constitucional, teniendo ya este Gobierno por el único y presentando para sostenerlo el ejemplo de la Inglaterra.
A los diez días se nos presentó el conde de Cabarrús a instruirnos del por menor de sus conversaciones con el Rey, la Reina y Príncipe de la Paz, para conseguir que el infante ya dicho viniese a ésta: que ya había hallado en los últimos las disposiciones más favorables, y que en el primero, aunque no una decisión, al menos una predisposición a consentir, deteniéndole su conciencia para dar su consentimiento, y que para convencerse debía consultar la materia; que el asunto había quedado en tales términos, respecto a tener que irse los Reyes y su corte, porque Murat, Rey de Nápoles, avanzaba y trataba de refugiarse en los Estados de Alemania: que ahora con nuestra venida se daba nuevo apoyo al pensamiento; puesto que la representación tenía otro carácter y que al fin se verificaría lo que le había dicho la Reina, de que quisiera o nó el Rey, el joven se pondría en marcha, luego que el Conde volviese con las seguridades que nosotros le podíamos dar, sin embargo lo que el Príncipe de la Paz se había instruido, o por el favor del Gobierno Ingles o por el de Napoleón, para llevar adelante esta empresa; añadiendo que éste quería que se le pusiesen fondos para trasladarse inmediatamente a Inglaterra y tener cómo vivir en ella, pues en el momento que se supiese la salida del Infante lo perseguirían con el influjo de la corte de España.
Bien se ve aquí la contradicción de lo que nos había significado Sarratea, y entrando al por menor del asunto halita Rivadavia, a quien en sus instrucciones reservadas se le trata, particularmente de este punto y yo de que no había más que una iniciativa sin carácter de formalidad alguna en todo lo que había hecho, pues se reducía a que el Conde de Cabarrús fuese a verse con los Reyes padres y Príncipes y que les manifestase que las Provincias del Río de la Plata recibirían con gusto al nominado Infante.
Nosotros tratamos de reflexionar sobre la materia con aquel pulso y madurez que exigía: observamos; por una parte, el estado en que habíamos dejado las Provincias Unidas y el de los gobernantes que regían y las disposiciones de la Corte de España para traernos la guerra a nosotros, que por un efecto solo de Providencia, se variaron en la expedición de Morillo; la frialdad del gobierno inglés, o no se si me atreva a decir, enemiga con nosotros, y todos los demás gobiernos de América; el interés que manifestaban el resto de las potencias, incluyendo los Estados Unidos de la,. América,, en que nos conservásemos unidos a la España, con el designio de poder balancear el poder marítimo de la Inglaterra, aprovechándose de su misma indiferencia a favorecernos, o por que no está en sus cálculos de ventaja respecto al continente Europeo, o porque en él ha obrado por ideas enteramente contrarias, o porque cree tal vez que somos capaces de sostenernos por nosotros mismos contra el gobierno español, y que demasiado hace con no ayudarlo. Observamos la reacción que se obraría en la familia real de España con este hecho, como se lo cruzarían sus ideas en contra de la América con él, pudiendo nosotros apoyar el proyecto en el derecho que nos asistió de escoger este infante, lo mismo que habían hecho los Españoles escogiendo a Fernando y despojándolo a su padre del Reino; que, nombrando el padre a su hijo, el predicho Infante, por su sucesor en las Provincias del Río de la Plata, se declararía precisamente el gobierno inglés por el pensamiento; así porque era nuestro, y consiguiente a los principios porque obra en sus transacciones políticas con el continente de la Europa, como porque entonces, no teniendo disculpa para con su nación que está empeñada en nuestra independencia, y se empeñaría más, viendo que la imitábamos en su clase de soberano, se vería precisado a seguir su votos, que entonces habríamos llegado a aspirar y plantificar la legitimidad de los sucesores, en lo que, obligábamos a hacer callar, no sólo a las potencias en contra nuestra, incluso la de nuestra vecindad, quien pensábamos podía obligarse por enlace de una de las hijas con el Infante para que nos favoreciese; teniendo por último y lo más principal en vista, que así desterrábamos la guerra de nuestro suelo; que había una persona en quien se reuniesen todas las miras, sin despertar celos entre quienes se consideran iguales, que siempre traen pasos retrógrados a la causa que sostenemos con la continua variación de Gobierno, y que al fin por este medio conseguiríamos la independencia, y que ella fuera reconocida con los mayores elogios, puesto que en Europa, como ya dejé apuntado, no hay quien no deteste el furor republicano, e igualmente establece un gobierno con bases sólidas y permanentes, según la voluntad de dos pueblos, en quien estuviesen deslindadas las facultades de los poderes, conforme a sus circunstancias, carácter, principios, educación y demás ideas que predominan, y que la experiencia de cinco y más años que llevamos de revolución nos han enseñado. Considerado, pues, todo esto, y teniendo también presente, de que resistiremos esa obra no sólo contra lo que la razón dictaba en las circunstancias como único remedio a nuestra patria, sino que se atribuirían después a nuestra resistencia su pérdida, considerando igualmente las instrucciones que gobernaban a Rivadavia, y las que tanto a él como a mí se dirigían, de hacer lo que pudiéramos por ellas, y éste era el único arbitrio que se presentaba más análogo para llevarlas. como se convencerá cualquiera que conozca el estado de la Europa desde Marzo de 1814 y las preponderancias de la causa de los Reyes sobre los pueblos, desde la primera abdicación de Napoleón, nos resolvimos a entrar en el proyecto a favorecerlo y prestarle todos los auxilios que de nuestra parte estuviesen, hasta el término de habernos hecho cargo de parte de los gastos que se habían causado en el primer viaje del Conde de Cabarrús; procurando que se guardase en la materia el sigilo que ella requiere, pues esperábamos a que el tal. Infante fuese a Londres a traerlo sin que llegase a penetrar hasta que se supiera hallarse en ésta, con las miras que referiré y que no son de fiarse a la pluma.
Fue consiguiente a esto que D. Bernardino Rivadavia tratase de metodizar el plan, darle existencia de un modo sólido y ponerse todo tan en orden que, a haber querido el Rey, nada tenía que hacer sino firmar; enseñó a Sarratea cómo había de extender las instrucciones que todos tres formamos y cómo se había de dirigir en su presentación al Rey; en una palabra, Rivadavia fue el director del asunto como perfectamente instruido en nuestros sucesos y en atención a los conocimientos que posee y el pulso y tino que le acompañan, quedándome a mí solo el ser escribiente del todo.
Mientras se arreglaban los papeles que debía llevar el Conde, advertimos en él cierta conducta impropia en cuanto a intereses, en que inculcaba a Sarratea, haciéndonos concebir ideas poco ventajosas, y aun de algunas ligerezas por la mucha importancia que daba a los grandes conocimientos y talentos del Príncipe de la Paz, tanto que Rivadavia propuso que se echase mano de D. José Olagur, que había ido a Londres para pasar a ésta, así porque conocimos en él despejo y talento suficientes para la comisión, cuanto porque, habiendo sido paje del Rey, podría lograr la introducción que necesitábamos, agregándose a todo la gran circunstancia de ser hijo de nuestra patria; pero Sarratea se empeñó en que había de ir el Conde y al fin a éste se le dio la representación N° 1°, con documentos e instrucciones, con los cuales iba en capítulo reservado, para en el caso de haber muerto Carlos IV, según se había anunciado en los papeles públicos. Las instrucciones no las he podido recobrar de Sarratea, no obstante las repetidas instancias que he hecho para obtenerlas que forman una correspondencia desde el número 16.
Salió el Conde a, fines de Junio; porque así Rivadavia romo yo tratábamos de ver el resultado de la batalla que se esperaba y que al fin tuvo lugar el 18 en Waterloo tan en contra de la causa de los pueblos, y viajó hasta encontrarse con los Reyes padres en Roma, en donde se halló con todo el teatro cambiado; sólo pudo presentar una copia número 17 de una de sus cartas que había sacado Rivadavia, pues Sarratea, como se verá por su carta a mí, número 18, no ha querido franqueármelas para sacar copia, ni dármelas él. Por lo que oí a éste, insistiendo Rivadavia por las cartas para que trajese copia, su doctrina verdaderamente singular, era de que nunca las presentaría ni aun al Gobierno; pues éste debía creerle sobre su palabra, y que si no tenía confianza en él, que nombrase otro: no se hasta qué punto la llevará y si el Gobierno tomará en esta parte los conocimientos por su correspondencia.
El Conde que se vio con un éxito tan contrario de lo que nos había prometido, y que en verdad no esperábamos, escribió que se proponía robar al Infante para traerlo: proyecto descabellado, si es que lo hubo, y- no fue empresa para lo que después se verá: inmediatamente le dijimos a Sarratea que se le mandase venir: no hubo cosa que no se le ocurriese a éste para degradarlo y para hacernos concebir las ideas de su mal consejo, diciéndonos que sin duda quería hacerse de todo el dinero librado para el objeto; en una palabra, nada cuanto hay de malo dejó de atribuirle.
Mientras iba la orden, le ocurrió a Rivadavia que luego que viniese el Conde, debería poner sus cartas, las que hablaban te cosas impropias que nunca debían llevarse sino al conocimiento de los hombres de su confianza y acostumbrados a igual crápula: Sarratea, entonces, no hizo resistencia.
Entre tanto convinimos, en que éste vendría igualmente (pie yo a dar cuenta de todo, e imponerle al Gobierno, y que D. Bernardino Rivadavia quedase para continuar el negocio, si las circunstancias lo permitían, y sobre todo para seguir una relación con el Gobierno de España, que lo entretuviese y separase de ideas de expedición, respecto a los conocimientos de Rivadavia, a su carácter, al concepto que había adquirido con la persona intermedia en materia, al opuesto de la que tiene Sarratea en España por su descabellada conducta y que él mismo confesó que nadie querría tratar con él, bastando que oyesen su nombre para no darle crédito: tuvimos también en mira separarlo de nuestra lado, y D. Bernardino Rivadavia aun franqueándole intereses de su propia parte.
Esperando el regreso de Cabarrús, sucedió que fuese yo una mañana a visitarlo, y hablando de nuestra venida, me propuso que no debería decir al Gobierno dando cuenta de mis pasos y procedimientos, que nuestra intención era traer al Infante, sino tenerlo en Londres hasta que el Gobierno dispusiese: como mi carácter jamás me permitía andar con engaños, y se que la verdad en medio de las contradicciones tarde o temprano aparece, le oí, y esperé que hubiera ocasión para hallarnos juntos con Rivadavia: no tardó mucho en verificarse esto, porque siempre estaba en casa a almorzar y comer en nuestra mesa con toda la deferencia y confianza de que nuestra parte eran imaginables, porque teniendo en consideración que siempre las reuniones de diferentes sujetos a un mismo objeto, producen desavenencias, nosotros hemos querido ceder en todo: así es que le hemos complacido en cuanto a Londres por el desprecio con que trataba a nuestros gobernantes y a lo general de nuestros compatriotas que tienen algún ascendiente y nombre en el país; por la ostentación que le habíamos visto hacer de profesar principios enteramente opuestos para hacerse lugar entre gentes que de nada pueden servir a nuestra causa, igualmente por evitar el sacrificio de los fondos del Estado con sus gastos descabellados, sin provecho alguno de aquél, pues no tenía una sola relación con los Ministros de Inglaterra, ni sus adherentes; en una palabra, convencidos del concepto que ya tenía entre los que habíanle mandado a nuestra salida de ésta y habían encargado a Rivadavia particularmente que viese el medio más honesto de hacerlo volver, lo que yo creía, séame permitido decir mi engaño, que era más bien obra de la rivalidad que de la razón.
Bien pronto presentó la ocasión en aquel mismo día y en su presencia manifestó a Rivadavia la proposición, que inmediatamente desechó como ajena de la verdad, y entonces Sarratea repuso que si no se hacía aquello, él se separaba desde aquel momento de todo; pero quedó cortada la conversación y siguió continuando su concurrencia a nuestra casa, con las mismas confianzas y deferencias en el trato de nuestra parte, disponiendo, según decía, su viaje para ésta que desde el principio indicó lo haría por sí mismo, y no en mi compañía, lo que sin embargo de que yo le advertí de la desviación que me parecía impropia, dejé a un lado sin insistir, pues para dar parte de la negociación como habíamos convenido, para nada me era preciso, debiendo todo ejecutarlo con los documentos en la mano.
Llegó por fin el Conde de Cabarrús y Sarratea que tanto nos había hablado en contra suya, que decía lo recomendarla sobre los hechos de tomar dinero de nuestros banqueros, de haber intentado un paso ridículo con sólo el objeto de apoderarse de los fondos que se habían destinado para el objeto, empezó a variar en su conducta hacia nosotros; el mismo Conde vino a visitarnos y darnos noticia del resultado de su misión; de su capricho de robar al Infante de la cortedad, de sus gastos por la baratura del continente con respecto a la Inglaterra, y por último que habían sobrado algunas libras: y que luego que viniese un tal Durand que debía haber servido para conducir al Infante, así que se nombrase el Rey, presentaría la cuenta.
A pocos días de esto, Sarratea se apareció una mañana en casa, conforme a su costumbre, pero con aire brusco y grosero, y tratándole a Rivadavia de las cartas del Conde puesto que mi marcha se acercaba, se produjo en los términos que antes he apuntado, de que ni al Gobierno la presentaría. Rivadavia, con quien era, la conversación, pues yo me hallaba bastante indispuesto tanto que mis dolores no me permitían hablar, le expuso, con toda la moderación que lleva la razón consigo, lo conveniente, ¿y de dónde había sacado que al Gobierno se le podía satisfacer con relaciones? que era de obligación presentar los documentos que acreditaban aquéllas; la respuesta fue decir: A mi no me convence usted, mándeme usted con su criado los papeles que tiene aquí, que yo le enviaré los que tenga en casa, y Desde aquel día dejó de venir a comer con nosotros y se ausentó de nuestra compañía: sin embargo, uno en que me hallaba algo mejor y me había decidido a salir de paseo, mi compañero había ido a visitarlo y yo fui a buscarlo porque debíamos ir juntos y cuadró fuese con uno que parece no quería recibir, y se me negó por el criado; a la noche siguiente, vino a mi casa a darme satisfacción; estuvimos hablando amigablemente, y como en reserva me dijo que tocando en Gibraltar y en Madrid pensaba venir a ésta, se despidió, y siguió su sistema de no venir a almorzar, ni comer, como lo había estado haciendo meses consecutivos.
Nos hallábamos sin saber a qué atribuir esta mutación, y por cierto que no me cabía en la cabeza una conducta tal, después de tantas confianzas y favores que se le habían dispensado y en particular por Rivadavia, pues a mí no me dejaban mis males entrar en tertulia ni comunicación tan dilatada.
Pero acercándose mi marcha y no teniendo ni la cuenta ofrecida de Cabarrús, ni los papeles que debía presentar, le escribí pidiéndola, para ajustar con los banqueros; me la mandó con el núm. 3, de la que saqué copia núm. 4, y le contesté con el núm. 5, a que contestó con el núm. 6 diciéndome que nada tenía que objetar: entonces le pasé el núm. 7 y fui a los dos días a su casa a visitarle y pedirle los papeles que interesaban y exponerle que, como me había dicho, que no tenía que objetar a la tal cuenta. Entonces me respondió que a él no se le mandaban órdenes y que por deferencia. hacia mí me daría extracto de los papeles; que las instrucciones no se le podían recoger al Conde; que ¿cómo no había de haber quedado éste, en vista del artículo reservado? que ya le había hablado sobre las cuentas: mi contestación fue: que yo no le había pasado órdenes, que le había pedido lo que era de mi deber con toda la atención, según mi cartas I o indican; que las instrucciones podían y debían recogerse, concluido el negocio, pues, como nos habíamos convenido, debían recogerse todos los papeles de la mano del Conde, luego que llegase, para que no quedase rastro alguno, y que por ellos se viniese a traicionar en un negocio que cerraba la puerta a toda negociación con la Corte de España, y que me enseñase el artículo reservado para hacerle ver que no daba al Conde facultad para quedarse con ellos más
de lo preciso; y que para mí no era hombre de bien el que presentaba cuentas como él, sin un documento que las justificase, y que le había hecho aquellas reflexiones, para que tratase de ponerse a cubierto, pues que había de dar cuenta al Gobierno y en documentos hasta el último medio que se hubiese gastado del Estado que entonces era pobre y necesitaba de todo recurso, y no era regular mirar con indiferencia sus intereses; me dijo que me contestaría al día siguiente, y que yo no veía claro en la materia indicándome sentimientos contra Rivadavia con palabras enfáticas de que colegí, de que todo era obra de su conducta y aspiraba a buscar medios de dorarla.
El resultado de mi carta de reflexiones sobre la cuenta del Conde de Cabarrús, fue hallarme con éste en casa de los banqueros, a donde fui a pedir nuestras cuentas para dejarlo todo finiquitado, por lo que hacía a mí, y que allí me dijese que a mi carta contestaría a D. Manuel Sarratea y a mí pasaría a pedirme explicaciones sobre ella a mi casa, a lo que le contesté que el día que quisiese; y por donde se ve que Sarratea, lejos de valerse de mis reflexiones, que dudo no parecerán sociales a cualquiera que las lea, fue y las puso en manos de Cabarrús, para fomentar el escándalo a que se condujo, y que añadiré pruebas que califiquen mi contesto de un modo indudable.
Pasaron dos o tres días de mi expresada entrevista con el Conde, cuando en la mañana del 2 de Noviembre, me encontré con una cita suya, y en su consecuencia fui al punto designado, llevando en mi compañía a D. Manuel Miller sin que supiese el objeto que me conducía: cumplida la hora de la cita, me regresaba a mi casa y encontramos al Conde con D. José Olaguer: le dije al verlo que la hora se había pasado, y queriendo apartarlo para hablarle de su singularidad, se empeñó en publicar su objeto que era reducido, a que le diese satisfacción de la predicha carta escrita a D. Manuel Sarratea: a que le contesté que esta carta no era escrita a él; y que si le ofendían las reflexiones de ella, no era yo quien le hacía la ofensa sino quien se la había enseñado; no queriendo darle otra satisfacción, seguía acalorándose la disputa, y entonces Olaguer le dijo que hasta allí había venido como un amigo suyo; y volviéndose a mí me protestó a nombre de todos los Americanos de cualquier paso que diese, y me presentó la carta núm. 18 de D. Bernardino Rivadavia, la leí y considerando la trascendencia que traería la publicidad del hecho, viendo también, que su padrino se le había vuelto en contra, me despedí.
Al regreso a mi casa dije a Rivadavia había recibido su carta; entonces él me significó que había atinado con el objeto del papel de Cabarrús, y deducía que todo era obra de Sarratea como yo mismo me he convencido; sin duda éste, no teniendo que decir de mí, quería tener un motivo del concepto que felizmente merezco en Inglaterra. El hecho es que él le dio la carta al Conde: que fue sabedor de todos sus pasos, que era su consultor y a todas horas estaban juntos: por último, que le proporcionó hasta las pistolas por medio de su crédito, dándole un papel para que las fuese a recibir de casa del armero, donde el mismo Sarratea las había hecho preparar: hecho que sólo puede ser obra del corazón más inicuo, que no reparando en los medios, aspira a la perdición de un hombre honrado, que no le ha dado el más mínimo motivo de queja: me faltaba esto que sufrir de los hombres que han venido de Europa, no cabiendo en la sociedad por sus vicios, a buscar suerte en mi patria y modo de vivir, para conducirla poco menos que a su disolución, aprovechándose de lo que pudiera caer en sus manos.
Pasados algunos días le escribí los números 9 y 11, contestó con el número 12 y concluí mi correspondencia con el número 15 en la madrugada del día de mi salida de Londres.
El Gobierno juzgue de todo lo que hallare conveniente, en vista de la luz que arrojan los documentos que presento, tomando acerca de este hecho si gusta las declaraciones que pueden dar D. Mariano Muller y D. José Olaguer, que felizmente se hallan aquí, y decidirá si un sujeto de su clase, puede tener comisiones en país extranjero.
Por lo que yo he visto y observado más de cerca; por el conocimiento en que estoy de sus ningunas relaciones como ya lo he significado, con los ministros de Inglaterra, ni sus adherentes, del mal concepto que tiene en la corte de España, teniendo además presente que exigía el interés de la patria que se llevase adelante nuestra primera decisión apuntada, de que quedase D. Bernardino Rivadavia, de quien nunca haré los bastantes elogios, por los conocimientos que le asisten como ya lo he dicho, por su carácter firme para sostener nuestros derechos, por su conducta honrada y económica y porque conoce nuestra actual situación; cerciorado de que ha adquirido el concepto que se rece y aun superioridad sobre el conducto que se le ha presentado para con la corte de España, de modo que cuando menos se pueden evitar el envío de una expedición, y entretener el tiempo a fin de que el país se fortifique más disponga a adquirirse el concepto en toda Europa, por una gloriosa defensa si se le atacara; le protesté en la más bastante forma de que sería responsable de los perjuicios ir se originasen sino cumple con la orden de retirarse de a que ambos recibimos; tomando a mi cargo todas las responsabilidades de la clase del cumplimiento de ella, en atención a que el Gobierno no podía estar al cabo de estos pormenores, ni lo estaba, ni era posible lo estuviese d estado político de la Europa cuando la expidió, como supongo desengañado después que sabe los sucesos resultantes de la batalla de Waterloo y que sus esperanzas ha ido por tierra, según ha colegido de la razón en que funda nuestro regreso: en consecuencia, le pasé la adjunta que parece con el número 19.
Debo hacer el honor debido a Rivadavia, que no obstan los motivos que le impulsaban a regresar, los perjuicios que sabían se le causaban por los que, aprovechándose de ausencia le fomentaban pleitos, los intereses que ha perdido y sin embargo de la escasez en que queda, por la arbitrariedad del Conde de Cabarrús, apoyada por Sarratea, prevalido del secreto de una negociación de tanto tamaño, se ha decidido por el bien de la causa a hacer un sacrificio que el Gobierno podrá graduar.
Así es que determinamos pasase a Francia, para donde también debía marchar el conducto hallado, así porque un país más barato para poder vivir, como porque se ponía fuera de la corte de Inglaterra, donde sin embargo de que ella nada hace a nuestro favor, ni es capaz de hacer mientras tenga ventajas por nuestra parte, se le miraría con desconfianza por el gabinete español; a más de que por las relaciones que ha adquirido con Urquijo y algunos con Manza y con un Ofarril que tienen íntima amistad con Ceballos, hoy primer Ministro de España y del primer favor de Fernando, y en cuyos secretos de Gobierno se hallan, se puede entretener el tiempo, mientras recibe las instrucciones del Gobierno de cómo debe manejarse, no haciendo otra cosa entre tanto que oír y referirse a sus resoluciones: por cuanto llevar el asunto al gran objeto que nos hemos propuesto y de que instruiré verbalmente.
Se agrega a esto que hoy Paris es el centro de todas las relaciones políticas y donde se ventilan y acuerdan los medios de sostener la legitimidad de los Soberanos; y es de necesidad estar a la mira para poder alcanzar lo que se piense o trate con respecto a nosotros, que con más particularidad que cualquiera otra parte de la América llamemos la atención, observando que hay un orden aun en medio de los extravíos, errores, pasiones, que hasta ahora más que nuestros enemigos ha contrastado nuestro camino.
Como esto podría cruzarse por la conducta que ha manifestado Sarratea, pues en el momento en que recibió el pliego del Gobierno, porque se le manda continuar allí, salió a propalarlo, diciendo que ya no teníamos representación alguna, que él era el único que tenía los poderes, y enseñó el pliego a personas que lo publicasen; una de ellas, el Conde de Cabarrús que se lo dijo a Olaguer. Como esto, pues, repito, podría traer perjuicios a las relaciones entabladas de Rivadavia, yo hice entender que éste se hallaba con poderes e instrucciones que Sarratea ignoraba e ignoraría siempre, y he dado un carácter misterioso para atajar aquel mal, en la firme suposición de que el Gobierno me hará justicia impuesto de los motivos y sostendrá esta medida a que me condujo el mejor servicio de la causa y el verdadero de la patria en las actuales circunstancias, que deben mirarse con toda la atención imaginable; pues el acelerar el reconocimiento de nuestra existencia política, o mejor diré, de realizar ésta, pende del modo con que se negocie con la España porque ella sea la primera a reconocerla, porque el que Inglaterra o cualquiera otra potencia lo haga, mientras las cosas permanezcan como las he dejado en Europa, es del todo imposible y no hay que esperarlo jamás, siendo contra todos los principios que rigen a los soberanos y han proclamado del modo más enérgico y sostendrán con los mayores esfuerzos, habiéndoles llegado su época.—
Buenos Aires, 3 de Febrero de 1416. —
MANUEL BELGRANO.
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