domingo, 7 de mayo de 2017

El maravilloso día del nacimiento de Evita se producía hace 98 años, en Los Toldos

MI DIA MARAVILLOSO



En todas las vidas hay un momento que parece definitivo.
Es el día en que una cree que ha empezado a recorrer un camino monótono, sin altibajos, sin recodos, sin paisajes nuevos. Una cree que, desde ese momento en adelante, toda la vida ha de hacer ya siempre las mismas cosas, ha de cumplir las mismas actividades cotidianas, y que el rumbo del camino está en cierto modo tomado definitivamente.
Eso, más o menos, me sucedió en aquel momento de mi vida.
Dije que me había resignado a ser víctima. Más aún: me había resignada a vivir una vida común, monótona, que me parecía estéril pero que consideraba inevitable. Y no veía ninguna esperanza de salir de ella. Por otra parte, aquella vida mía, agitada dentro de su monotonía, no me daba tiempo para nada.
Pero, en el fondo de mi alma, no podía resignarme a que aquello fuese definitivo.
Por fin llegó “mi día maravilloso”.
Todos, o casi todos, tenemos en la vida un “día maravilloso”.
Para mí, fué el día en que mi vida coincidió con la vida de Perón.
El encuentro me ha dejado en mi corazón una estampa indeleble; y no puedo dejar de pintarla porque ella señala el comienzo de mi verdadera vida.

Ahora sé que los hombres se clasifican en dos grupos: uno, grande, infinitamente numeroso, es el de los que afanan por las cosas vulgares y comunes; y que no se mueven sino por caminos conocidos que otros ya han recorrido. Se conforman con alcanzar un éxito. El otro grupo, pequeño, muy pequeño, es el de los hombres que conceden un valor extraordinario a todo aquello que es necesario hacer. Estos no se conforman sino con la gloria. Aspiran ya el aire del siglo siguiente, que ha de cantar sus glorias y viven casi en la eternidad.
Hombres para quienes un camino nuevo ejerce siempre una atracción irresistible. Para Alejandro fué el camino de Persia, para Colón el camino de las Indias, para Napoleón el que conducía al imperio del mundo, para San Martín el camino llevaba a la libertad de América.
A esta clase de hombres pertenecía el hombre que yo encontré.
En mi país lo que estaba por hacer era nada menos que una Revolución.
Cuando la “cosa por hacer” es una Revolución, entonces el grupo de hombres capaces de recorrer ese camino hasta el fin se reduce a veces al extremo de desaparecer.
Muchas revoluciones han sido iniciadas aquí y en todos los países del mundo. Pero una Revolución es siempre un camino nuevo cuyo recorrido es difícil y no está hecho sino para quienes sienten la atracción irresistible de las empresas arriesgadas.
Por eso fracasaron y fracasan todos los días revoluciones deseadas por el pueblo y aún realizadas con su apoyo total.
Cuando la segunda guerra mundial aflojó un poco la influencia de los imperialismos que protegían a la oligarquía entronizada en el gobierno de nuestro país, un grupo de hombres decidió hacer la Revolución que el pueblo deseaba.
Aquel grupo de hombres intentaba, pues, el camino nuevo; pero después de los primeros encuentros con la dura realidad de las dificultades, la mayoría empezó a repetir lo mismo de otras revoluciones... y “la Revolución” fué quedando poco a poco en medio de la calle, en el aire del país, en la esperanza del pueblo como algo que todavía era necesario realizar.
Sin embargo, entre los gestores de aquel movimiento, un hombre insistía en avanzar por el camino difícil.
Yo lo vi aparecer, desde el mirador de mi vieja inquietud interior. Era evidentemente distinto de todos los demás. Otros gritaban “fuego” y mandaban avanzar.
El gritaba “fuego” y avanzaba él mismo, decidido y tenaz en una sola dirección, sin titubear ante ningún obstáculo.
En aquel momento sentí que su grito y su camino eran mi propio grito y mi propio camino.
Me puse a su lado. Quizás ello le llamó la atención y cuando pudo escucharme, atiné a decirle con mi mejor palabra: Si es, como usted dice, la causa del pueblo su propia causa, por muy lejos que haya que ir en el sacrificio no dejaré de estar a su lado, hasta desfallecer.
El aceptó mi ofrecimiento.
Aquél fué “mi día maravilloso”.

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